Nuestra identidad
Villarroya de la Sierra
La 'Casa grande'
Más de 200 años de historia. La Casa Grande de Villarroya de la Sierra se edificó por orden del matrimonio Joaquín Las Cuevas y Gregorio, natural de la localidad y de Ana María Campillo, de Villafeliche. Eran familias pudientes infanzonas. Él tenía el titulo de hidalgo y ella era la hija del administrador de las Reales Fábricas de Pólvora de Villafeliche.
La casa es muy representativa de una época en la que perviviendo el grandilocuente mundo barroco, la arquitectura se vuelve más refinada. El edificio, de volumen contundente, está levantado sobre planta rectangular en tres pisos y cerrado por tejado a cuatro vertientes, en el que sobresale una gran linterna cilíndrica rematada por tejaroz cónico.
Preside una plaza a la que cierra por el suroeste. Tiene una singular fachada de ladrillo decorada profusamente, tratando de destacar el eje central, marcado por la puerta principal. Es una gran puerta adintelada de perfil mixtilíneo, flanqueada por pilastras acanaladas sobre las que apoya un entablamento, de triglifos y metopas, curvado en el centro para alojar un escudo y, sobre él, una hornacina rematada con rocalla.
A partir de este eje, la planta baja está dividida en tres cuerpos, marcados por las tres puertas, mientras que, en las dos superiores, se cambia la secuencia con la apertura de cuatro vanos en cada piso: cuatro balcones con profundo derrame, en la planta noble, y, en la situada bajo cubierta, cuatro grandes arcos de medio punto con triple arquivolta de bocel coronan la fachada sobrepasando la altura del alero.
Con la finalidad de marcar la estructura de esta fachada se recurre a otros elementos decorativos: pilastras de separación entre los balcones, molduras que enmarcan vanos y establecen líneas de imposta, paños de ladrillo dispuesto en esquinilla entre los arcos de la última planta.
Las esquinas laterales se han biselado y redondeado, tomando un aspecto de machones cilíndricos.
Al interior hay una escalera de planta elíptica a la que ilumina la linterna.
La fachada lateral es más sobria y presenta huecos adintelados.
En el piso bajo de la casa, en la parte de la derecha, existía un bar mientras que en la izquierda hubo un ultramarinos, “una especie de Corte Inglés de pueblo donde se vendía de todo” (tenían un reclamo de ventas de vajillas, cristal, licores, cemento, piensos, etc.) que hoy ya ha desaparecido.
Pasado un tiempo, el desastre rondaba sobre el tejado de la Casa Grande. El edificio, de estilo barroco con detalles mudéjares, estaba lleno de achaques, goteras, agujeros y otras calamidades que iban devorando poco a poco el interior y también la fachada de esta joya situada al borde del camino.
Tras varios vericuetos, con otra generación que vendría después, la casa quedó finalmente en el matrimonio Ana Caballero y Miguel Ángel Aguaviva y detuvieron en seco el declive de la casa, poniendo fin al azote de los malos tiempos.
– Vimos que tenía un valor artístico enorme, que el inmueble era una preciosidad, dice ella.
– Me daba pena que la casa saliera de la familia o que al final terminara arruinándose del todo. Así que empezamos a luchar por ella para sacarla adelante. Y empezamos a jugar con muchas ideas, como hacer allí un hotel de turismo rural porque esta parte de Ateca Alta-Calatayud está por descubrir y tiene muchas posibilidades. Solicitamos ayudas del programa Leader europeo, poniéndonos manos a la obra.
El asesor técnico de la rehabilitación ha sido Alejandro Rincón González y para las obras recurrieron a personas vinculadas con gremios de la zona, que se ilusionaron pronto con el trabajo, el carpintero José Luis Gaspar, de Aniñón , el herrero César Gracia de Torralba de Ribota, el pintor Carlos Semper, el electricista Manuel Velilla y los contratistas Hermanos Alonso, de Villarroya de la Sierra. Indudablemente el cariño añadido de los gremios locales se ha dejado notar en el resultado final de esta primera fase de recuperación de estructura y fachada.
El estratégico emplazamiento de la Casa Grande, asomada a la plaza y formando chaflán, simboliza la fortuna de los fundadores, que buscaban dominio y lucimiento mediante la arquitectura. A la vuelta de la historia, su nombre también aparecerá. Dicen que figura en uno de los Episodios Nacionales de Pérez Galdós, como lugar donde pernoctaron tropas de la guerra de la Independencia.
La Diputación General de Aragón distinguió el edificio con el primer premio en el certamen provincial de restauración de fachadas de 1999, toda una inyección de prestigio, con 750.000 pesetas.
La Casa Grande ha conseguido ser la miss Zaragoza del sector. Pero ya se sabe que para lucir hay que sufrir. Si no, que se lo digan al matrimonio formado por la médico Ana Caballero y Miguel Ángel Aguaviva, presidente del Colegio de Ingenieros Técnicos Agrícolas de Aragón.
La casa está declarada Bien de Interés Histórico Artístico por la Diputación General de Aragón.
Era preciso conservar al máximo lo ya existente, guardando en todo momento el estilo original y empleando materiales de la zona.
– Se buscó madera de los pinares de Duruelo, para el tejado localizaron teja árabe de desguaces, se instaló gres rústico aragonés y en los montantes de las puertas principales colocaron ladrillo compacto viejo de la casa, explican.
Era necesario recuperar la atmósfera de la Casa Grande a base de mucho respeto y piezas con denominación de origen. Pero después de todo eso pasa factura y en este caso, supuso un sobrecoste en materiales y en horas de trabajo. Da la sensación de que el bolsillo va mucho más deprisa que las obras.
De la planta baja de casa arranca una gran escalera estilo Imperio que en el primer piso se abre en dos brazos. En las plantas existen más de veinte habitaciones y unos salones que se abren al exterior mediante cuatro grandes balcones en la fachada. En la segunda planta se encontraba el granero, todo diáfano y en estado lamentable y ya por encima, coronado el tejado y como un rasgo muy característico, la linterna acristalada que proporcionaba luz a la escalera y al patio.
– En el interior, está decorado con pechinas con formas de concha, indican, aludiendo a otras posibles huellas del mar en este edificio de tierra adentro.
No quedaban muebles en la residencia, salvo puertas como la de la entrada principal, con todos sus herrajes y una llave gigantesca. Desde el cuarto de los dueños existía una mirilla que daba a la escalera y al patio, desde donde se podía ver, sin ser visto, quien entraba y quien salía. En el barroco no había necesidad de ningún círculo cerrado. Debajo de la hornacina, figura el escudo de armas de los fundadores, con el lema Veritas vincit (La verdad vencerá).
La batalla por la fachada también se ha vencido. Se ha pintado con el tono albero-arcilloso característico de Villarroya de la Sierra y muestra un despliegue de detalles por toda la superficie hasta los arquillos mudéjares del tejado. Las molduras también han salido a la luz en una superficie con dibujos de ladrillos, ladrillos de imitación, sobre tapial. Ana Caballero, que es médico y profesora de la Escuela de Enfermería de Zaragoza, debe saberlo que es aplicar cuidadosamente un bisturí. De ella y de su marido es el empeño tenaz por hacer desaparecer de la fachada el lio de los cables eléctricos que se cruzaban de parte a parte. Dos farolas de Averly siguiendo el mismo modelo de los de la plaza, se encargan de la iluminación exterior y tras los arcos superiores mudéjares de los extremos de la casa, se han colocado focos de luz de sodio, color amarillo.
– Por la noche queda espectacular.
La fachada es un punto de atracción en el paisaje, gracias al trabajo de chinos de unos y otros, al empeño de los gremios por hacerlo bien y a su sensibilidad de los dueños que creen que una casa es algo más que cuatro paredes y un tejado.
– La gente ve el edificio y se entusiasma. Hay automovilistas que paran para hacer fotos y en la localidad algunos vecinos que salen a hacer la compra, se desvían hacia la plaza, solo por el gusto de ver la casa, apuntan con orgullo los nuevos dueños de la Casa Grande.
Los nobles fundadores, Joaquín Las Cuevas y Ana María Campillo, debían ser muy religiosos, así que en la pared del salón más grande de la casa instalaron una hornacina con una figura de la Virgen del Carmen, patrona del mar, sobre un trasfondo azul lleno de estrellas y dos pequeñas anclas en la parte superior.
Pero la instalación mariana tenía truco. Accionando una palanca, Nuestra Señora del Carmen daba un giro de 180º y ¡zas!, aparecía esplendorosa en la fachada de la casa mirando al hipotético mar de Villarroya de la Sierra.
Eso sucedía en la anochecida del 15 al 16 de julio, festividad del mar, día en que aquella Virgen de interior se daba un baño de público y se convertía en Virgen de exterior. Al pueblo se le aparecía la Virgen. Era tradición que la gente acudiera a la Casa Grande con flores, se adentrara en el patio y tomara anís y pastas. Los nuevos propietarios han recuperado los dos faroles que escoltaban la imagen orientada hacia la plaza del pueblo una vez al año.
Pero la ligazón del inmueble con el agua no termina ahí, porque los ancianos del pueblo dicen que debajo de la Casa Grande hay un gran manantial, que con ese sentido común que aplicaron los constructores, condicionó el procedimiento de edificación.
Se dotó a la casa de un contundente anclaje y también de una estructura flexible, sobre todo en el segundo piso, empleándose zunchos de madera que restaban rigidez. Así, los posibles movimientos de los pies del edificio no se traducían en grietas.